El Universal
Agosto 8, 1989

Cuando digo que es algo diferente, me refiero fundamentalmente a que si mi trabajo consiste en intensas relaciones humanas, ahora que me encuentro de vacaciones éstas no tienen la trascendencia usual. Hoy platiqué todo el día con mis dos maestras de francés y mis ocho compañeros de clase, dos alemanes (más o menos de mi edad), los noruegos (dos muchachas y un joven), dos japoneses (un muchacho y una chamaca), una chinita de Hong Kong. Nuestras relaciones son muy cordiales, pero no profundas o que afecten intensamente nuestras vidas.
Dejar de tomar decisiones es para mi lo que más me descansa. Siempre he sostenido que el trabajo físico no cansa y que el trato con la gente, si nos agrada, es bastante fácil; lo que en realidad agota, es la toma de resoluciones. Nad hay que me disguste tanto como el asumir el riesgo de equivocarme. Estudiar todo lo posible un caso que tenemos que resolver, para luego analizarlo, sintetizarlo y decidir lo que se tiene que hacer, sabiendo que vivir es un riesgo y que no siempre tenemos el tiempo necesario para estudiar los problemas (sobre todo en política, donde a veces por el apremio del tiempo las cosas se hacen a rumbo), en algo que desgasta y quita el sueño.
Tanto en el mundo de los negocios como en la política, para mi lo más agotante han sido esos momentos, cuando rodeado de asesores y gente pensante se pone uno a darle vueltas a un problema, al desmenuzarlo y ver todas las aristas y consecuencias que puede tener para el quehacer político o para la vida de la empresa, según sea el caso. Esas horas envejecen y desgastan a la persona (cuando menos a mi). No es pues el trabajo intenso de supervisión o capacitación, de motivación o de relaciones humanas, lo que a mi más me desgasta, sino la toma de decisiones.
Pero al descansar la mente, el dejar de ver a tus colaboradores habituales, el alejarte de tus problemas cotidianos, el dejar que otros hagan su tarea. Todeo esto, es descansar la mente, reposar el espíritu y eso es lo que estoy haciendo.
Hago más ejercicio físico que lo habitual. Estoy caminando de tres a cuatro kilómetros diarios, subo y bajo escaleras todo el día, a veces voy a la piscina, y ayer incluso jugué un partido de futbol con unos chamacos y mi hijo Ricardo, de 14 años. Hoy me duelen las rodillas y me rechina la espalda, pero ¡cómo he descansado! Me siento como nuevo.
¡Qué sano es quitarse las telarañas de la mente! Divagar un poco, estudiar, cocinar, visitar lugares nuevos, ver otras formas de vida. En fin, hacer muchas cosas que nunca hacemos porque estamos muy ocupados y nos olvidamos de nosotros mismos. Qué hermoso es reencontrarse con la familia y gozarla una vez más, porque ya habiamos olvidado lo que se sentía estar cerca de los que uno quiere.
Y es que a veces se nos olvida, por encontrarnos en el rejuego de la vida, que la mente y el coraz´øn necesitan también algo de cariño y atención. Tantos meses con preocupaciones de política nacional y olvidándome de los prójimos más próximos, que son los que más quiero y me quieren.
Después de este pequeño descanso mi espíritu se ha fortalecido. Siento que he hecho algo bueno y necesario. Que era necesario lo que estoy haciendo y que de ninguna manera me siento culpable de abandono de mi quehacer.
De ahora en adelante mi mente estará más fresca y mi espíritu fortalecido. He revalorado lo mucho que tengo, y por lo que tengo que luchar: mi familia, mis hijos, mi libertad y mi capacidad de respuesta y de compromiso.
Pronto volveré a México. A esa querida patria que tanto quehacer ofrece. A ese México que desea correr el riesgo de ser libre para empezar a ser una nación de gente responsable. A esos compatriotas que se encuentran en proceso de integrarse como nación, de vencer el miedo de comprometerse consigo mismo y con los demás. A esos mexicanos que todavía siguen creyendo que nada puede cambiar y esos otros que están convencidos que todo está cambiando, que este proceso que se ha iniciado es irreversible y ya nadie, absolutamente nadie, podrá detenerlo.
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