Cine Latino
Octubre 8, 1989

Cuando un hombre vale; cuando un hombre hace de su vida una obra de entrega plena; cuando un hombre convierte su tiempo en tiempo para los demás, en tiempo para su patria y en tiempo para el tiempo de todos los hombres, ese hombre derrota a la muerte. La derrota, porque su ausencia se vuelve presencia permanente, inspiración constante, modelo a seguir. La derrota porque el deseo de imitarlo llega ser mayor que el dolor de perderlo. La derrota porque deja huella tan profunda que en ella caben muchos pasos. La derrota porque imprime sobre la tierra una sombra tan grande que, dentro de ella, se puede caminar aprisa y por mucho tiempo, sin importar el vigor del sol. La derrota porque deja una luz tan intensa que, con ella, se puede marchar hasta cuando la noche es más oscura.
Por eso hoy, reunidos para rendir homenaje a quien fuera nuestro candidato presidencial apenas el año pasado, quiero comenzar diciendo: Manuel Clouthier del Rincón ha derrotado a la muerte.
No podría, en el breve lapso de un discurso, evaluar con justicia la vida entera de Manuel. Además, ese juicio total no corresponde a hombre alguno, es potestad de Dios. Pero sí puedo, como compañero de militancia política, como amigo, como presidente nacional del Partido que Manuel escogió para vivir sin mediocridad su compromiso político, con una abnegación y una generosidad ejemplares, hablar de la herencia que nos deja.
Manuel solicitó y obtuvo su ingreso al Partido en 1984. De inmediato, asumió sus responsabilidades partidistas. Menos de dos meses después de su ingreso ya estaba en su primer acto público. Fue en Mérida, muy lejos de sus natal Sinaloa, y allí nos cruzamos por primera vez, en noviembre, durante la campaña municipal por la capital de Yucatán. Dos años después encabezaba la lucha electoral de sus coterráneos por la gubernatura de Sinaloa. Su campaña fue enérgica, decidida, total, y su triunfo claro. Tan claro como inocultable fue el despojo de que fue víctima. Anta aquel aparente fracaso, su respuesta fue la que hubiera dado Gómez Morín: "Apenas estoy empezando a luchar". Un año después, la Convención Nacional del Partido lo eligió en forma inusitadamente entusiasta como candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República.
Vino entonces el crecimiento personal y político del hombre, y los días de su mayor aportación a México y al partido. Virtualmente se sumergió en la doctrina de Acción Nacional y se convirtió en su generoso, eficiente y decidido apóstol. Fué, antes de ser panista y todos los días que lo fue, un demócrata convencido, tanto como padre y esposo, que como empresario y político. Si de él se puede decir algo con certeza, es que fue ciudadano. Lo fue en los grupos cristianos a los que perteneció, en las empresas que fundó e hizo prósperas fuentes de trabajo, en las asociaciones que encabezó, en el Partido que le dió sustento doctrinal y base popular, historia política y cultura humanista.
Su vitalidad incontenible, su prisa por lograr un cambio de estructuras, su estilo, imprimieron en la campaña un vigor inusitado. Su disciplina como militante, como candidato y como coordinador del gabinete alternativo –que fue la idea suya– fueron ejemplares. Con inusual decisión emprendió las más variadas acciones de resistencia civil, de protesta, de recaudación de fondos, de denuncia, de proselitismo, de apoyo a campañas, de búsqueda de candidatos, de diálogo, de amistad, de reconciliación. Pero, además, suscitó confianza, entusiasmo, convicción, esperanza, admiración y respeto. Lo hemos comprobado estos días: su muerte ha propiciado una gigantesca ola de solidaridad nacional para quien, con la mirada puesta en el futuro, supo crear puente entre los mexicanos más distintos. Gracias a él, Acción Nacional ha podido convertir en frutos visiblemente jugosos para México la semilla que sembraron, cuidaron y regaron los fundadores del partido y los miles de panistas que en cincuenta años han luchado por la dignidad de la persona, por el bien común, por la justicia social, por la solidaridad, por la subsidiaridad, por la libertad y por la democracia.
Hombre valiente, arrostró las adversidades derivadas de su compromiso y de la miopía y la perversión ajenas con alegría, magnanimidad y buen humor. Era un caminante que no se detenía. Avanzó en lo personal, en lo familiar, en lo empresarial, en lo social y el lo político miranod a la cara, diciendo la verdad, luchando por saber más, entender mejor, unir, dialogar y jugándose los bienes materiales y la vida misma por amor a México. Dijo siempre "Presente" cuando se le llamó. Y, como se ha escrito en estos días, nunca lloró por las naves que decidió quemar. Y tampoco abrigó rencores. Ni actuó por resentimiento, que es el rostro deformado de la justicia. Buscó la justicia sin que le deformara el rostro. Ni siquiera la muerte le tocó la cara.
Dinamizó excepcionalmente al Partido. Hizo llegar el pensamiento de Acción Nacional y la voluntad democrática del partido hasta a ámbitos muy lejanos y muy distintos. Abrió puertas y ventanas, estrechó la mano e intercambió razones hasta con sus más obvios adversarios. Es precursor del México en que imperará, si sabemos seguir su ejemplo, el díalogo y el respeto por las diferencias, del México en que las leyes serán equitativas para todos, del México en que la política será obra del pueblo, y no de una cerrada minoría.
Deja Manuel una herencia de lucha vigorosa por la democracia. Lucha que no excluye el diálogo, pero que no renuncia a la movilización. Lucha que es entre personas que se respetan. Lucha de libertades que tiene que desarrollarse en el marco de una legislación justa. Por eso estuvo hace unos días en su último plantón frente a la Cámara de Diputados para reclamar que esa nueva ley no naufragara en el mar de la cerrazón y la ceguera.
Rindo, pues, homenaje al amigo, al panista, al ciudadano. Y rindo sobre todo homenaje al hombre bueno. Porque las razones morales, las razones buenas, son buenas razones. Y, en este sentido, repito lo que decíamos en la campaña: "Maquío tiene razón".
Tiene razón, porque el hombre que asume su responsabilidad y cumple su deber político, es fiel a sí mismo, fiel a su familia, fiel a su comunidad, fiel a su patria y fiel a la humanidad entera. Tiene razón, porque en hombre que asume esa responsabilidad se incorpora a un esfuerzo y realiza un obra de tranformación personal y social benéfica y trascendente. Tiene razón, porque al actuar en el conjunto de la patria, hace de ésta una verdadera casa para todos sus hijos. Tiene razón, porque trazar puentes de comprensión y diálogo, corriendo todos los riesgos sin perder la fe, llena de fe hasta la atmósfera que respiramos todos.
Manuel nos dejó todo eso, no para que lo admiráramos a él, simo para que compartiéramos con él esta capacidad de derrotar a la muerte, de generar vida, de elevar la mirada, de dar la mano, de cumplir con la propia conciencia y de no perder tiempo en lo inútil y lo insubstancial.
Recogemos su ejemplo. Nos ponemos sobre sus huellas, que son las de un hombre de Acción Nacional. Y seguiremos caminando, para que, como él, cuando llegue el momento de rendir cuentas, podamos decir: he combatido el buen combate y ahora recibo el premio reservado a los que lucharon su vida entera. A esos, que según el poeta, son los únicos imprescindibles. Como Maquío. Como Manuel Clouthier del Rincón.
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