Gonzalo Navarrete Muñoz (*)
Crónicas
yucatan.com.mx
26 de septiembre de 2007
Mediaban los años 80. Caminábamos por el largo lobby del hotel Aristos cuando advertimos que entraba por la puerta del Paseo de la Reforma el rubicundo ingeniero Manuel Clouthier. Tengo la impresión de que estaba rodeado de guardaespaldas pues eran, me parece, los días en que le habían invadido el legendario rancho Paralelo 38 y estaba librando una de sus batallas contra el gobierno autoritario.
Javier Acevedo lo conocía porque algún líder empresarial yucateco se lo presentó. Lo saludamos y, abierto como era, aceptó acompañarnos a la cafetería. Eran otros tiempos: el gobierno tenía un insano protagonismo sobre una economía desbocada con tres dígitos de inflación y devaluaciones recurrentes; el control sobre los precios era una amenaza o una oportunidad para la corrupción.
El sector empresarial, del que era caudillo “El Maquío”, era dueño de un discurso que poseía una justificación histórica que lo hacía cautivador. Los organismos de la iniciativa privada encabezaban con valor una suerte de oposición al sistema autoritario de aquellos años.
La postura de los empresarios se fortalecía con el pensamiento lúcido de Octavio Paz, Enrique Krauze, Gabriel Zaid y otros intelectuales brillantes.
No se puede omitir la participación meritoria de la prensa independiente, que era una minoría y por eso muy respetable. Las palabras francas, nobles y generosas de este voluminoso norteño de ojos transparentes eran seductoras, tanto más para unos yucatecos como nosotros que teníamos el antecedente de la gesta cívica de don Víctor Manuel Correa Rachó y nuestros multiseculares recelos contra el gobierno central.
Recuerdo que Clouthier empezaba sus exposiciones con una frase que resultaba simpática: “Oiga usted mi amigo”. Ya nos lo había advertido don Jesús Reyes Heroles: ni la prensa ni los organismos empresariales eran instrumentos de oposición.
Carlos Castillo Peraza, Porfirio Muñoz Ledo, Heberto Castillo, Manuel Camacho Solís, entre otros políticos con un sentido claro de la historia, nos ofrecieron las alternativas. Se permite repetirlo: al destino le gustan ciertos reivindicaciones. Clouthier contendió por la gubernatura de Sinaloa contra Francisco Labastida Ochoa, perdiendo según se aseguró por los maléficos efectos de un fraude. Años después, el señor Labastida sería el primer priista en perder la Presidencia de la República contra un panista, compañero de valentías de “El Maquío” y miembro de aquel gabinete “alternativo”, Vicente Fox Quesada.
Comentario al margen: durante la campaña del 88 el líder nacional de las juventudes panistas era un muchacho michoacano: Felipe Calderón Hinojosa.
Las masas son impredecibles, de ahí que los que pretendan profetizar sobre ellas se equivoquen estruendosamente. Es posible que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano haya obtenido más votos que Manuel J. Clouthier del Rincón, pero los eventos subsecuentes demostraron que quien ganó las elecciones fue el panista: don Carlos Salinas de Gortari —quien fue proclamado presidente— implementó un programa ajustado a la propuesta que enarboló “El Maquío” y consiguió una gran popularidad que años después se transformaría dramáticamente.
Ha salido a la luz un libro de Tatiana Clouthier. Con una prosa llana y sincera, la hija del gran político sinaloense nos ofrece un recorrido por los pasajes más significativos de la vida de su padre, incluido el estremecedor suicidio de Cid, uno de los hijos de Manuel Clouthier y Leticia Carrillo.
Javier Acevedo, que todo lo sabía, me lo dijo después de aquella memorable conversación. “Estás vacilando”, le di por respuesta. “No seas terco, sé lo que te digo, un hijito suyo se suicidó después de un regaño, por eso este hombre siente la necesidad de entregarse a una causa tan riesgosa”.
Tatiana, siendo legisladora por el PAN, renunció públicamente a la militancia y criticó con rudeza a su partido. Su postura no es insólita: los hijos de los próceres que intervienen en política suelen reclamar la herencia de sus ancestros y enfrentarse a las instituciones a las que pertenecieron sus padres. Cárdenas Solórzano es un ejemplo palmario.
Recientemente quedó la sensación de que en torno a la entrañable figura de don Víctor Correa Rachó sucedió algo similar. Los líderes panistas yucatecos no asistieron al acostumbrado acto en el panteón y algunos le han reprochado a Luis Correa Mena, quien ha roto y ha vuelto al seno de su partido, un protagonismo en detrimento de la institución.
Es revelador que a los hijos de Clouthier y Correa Rachó se les reproche obrar justamente en un sentido distinto al que procedieron sus padres. “El Maquío” y don Víctor remontaron la postura doctrinaria del PAN, que planteaba la “brega de eternidades”, con un noción precisa de la fortaleza del instituto político y se aventuraron a ser real lo que parecía imposible, por eso lograron una obra perdurable.
Es poco controvertible: es mucho el mal que se puede hacer y muy poco el bien al que se puede aspirar en trances como éstos.
Es curioso, la victoria tiene algunas similitudes con la derrota. Una y otra fomentan la división y el surgimiento de grupos antagónicos. Empero, hay una diferencia: las divisiones en la derrota son perniciosas y en consecuencia mucho más lamentables.
Finalmente apenas sí hay que decirlo: la herencia de estos luchadores es de todos los que nos beneficiamos de ella, incluidos los adversarios.
Pie de página: El arte de la política exige, para poder subsistir, el talento para transfigurar las derrotas en victorias.— Mérida, Yucatán.
gnavarretem@msn.com ————— *) Cronista de Mérida
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