octubre 02, 1990

Sobre aquellas huellas

Carlos Castillo Peraza
Octubre 2, 1990
El Imparcial

No recuerdo el nombre de aquel personaje dibujado por la pluma de Bulgákov en su novela El Maestro y Margarita, pero era el de alquien que deseaba, al menos por algún tiempo, ser invisible. De un modo u otro, la visibilidad fatiga porque obliga a la constante exposición. A exponer lo que se es y, la mismo tiempo, a arriesgar, a exponerse al juicio o a la opinión ajenos. Podrá decirse que los seres humanos tenemos la posibilidad de escoger entre una vida expuesta y una vida oculta. No sería correcto decir que una es mejor que la otra: en los albores de la Edad Media, Boecio cambió la filosofía por la política y acabó perdiendo la cabeza a manos de un tirano, y Casiodoro prefirió la silenciosa tarea de reunir y clasificar libros para salvarlos de la barbarie del fuego con que terminó el imperio romano. Pero tanto el uno como el otro dejaron herencia y los dos legados son importantes. En la iglesia católica misma, hay quienes optan por la acción y quienes lo hacen por la contemplación. Unos y otros son necesarios.

Escoger el ámbito de la acción tiene consecuencias. Si no se quiere que las actividades cotidianas acaben devorando a la persona, se requiere que ésta sea capaz de reflexión, de relaciones humanas sanas y de alegría. Pero en el campo del quehacer cotidiano, la eficacia es no sólo exigencia de resultados sino incluso valor ético. Gómez Morín señaló alguna vez que el bien hecho mal, es peor que el mal mismo, puesto que resulta vacuna contra el propio bien.

Por caminos poco transitados en los años ochentas, llegó a la actividad política el Ing. Manuel Clouthier del Rincón. No había escogido la vida oculta ni la contemplación como estilo de vida. Del deporte a la producción agrícola, su presencia había sido notable, y no sólo por el volumen de su cuerpo de tackle. Tardó en arribar, pero llegó con equipo completo y puso todos los avíos al servicio de la causa que abrazó. Tiempo, recursos, entusiasmo, relaciones, talento, dicha de vivir. Y su entrada fue memorable en la campaña para gobernador de Sinaloa que, evidentemente, ganó. El fraude que lo despojó del triunfo fue y sigue siendo la confesión más clara de que el régimen ya hacía agua. No fue suficiente para detenerlo. Al poco tiempo ganaba abrumadoramente la convención nacional del PAN y asumía la responsabilidad de abanderar a su partido en la campaña presidencial de 1988. La política, en México, tiene un antes de Clouthier y un después del Maquío. Y quizá no hubiese habido ni siquiera figuras del partido oficial si el vigoroso sinaloense se queda en su casa y en sus tierras.

Caminó a paso veloz, pero dejó huellas hondas. Detrás de él acudieron a cumplir sus deberes políticos cientos, miles de mujeres, hombres y jóvenes que hasta 1988 habían preferido la engañosa tranquilidad doméstica y profesional de quien deja la política en manos ajenas. Los fundadores del PAN, desde el último tercio de los años treinta, habían señalado que es una imbecilidad peligrosísima ser omiso en el cumplimiento de aquellos deberes, bajo el pretexto de pureza personal o incluso del legítimo interés temporal. A la postre, como ha quedado de sobra demostrado en México, un pueblo que no participa en la toma de las decisiones que más lo afectan es una comunidad suicida. La ausencia de miles de mexicanos en las lides políticas fue una de las causas de la ineficiente y corrupta omnipresencia de poder en la vida social, económica y cultural, cuyo peor fruto ha sido sumir al país en una crisis de la que apenas comienza a salir. Clouthier generó participación. Por eso fue factor de cambio real. Poco o nada hubiera significado su paso por la política si sólo hubiese sido su paso personal.

Se propuso abrir un boquete para que, por éste, accedieran a la vida participativa todos los mexicanos que quisieran asumir su destino colectivo. Es indudable que lo abrió. Su muerte dejó un vacío, pero el resultado de su obra –que es lo que distingue al hombre mayor de los menores– está en cada comunidad en que un hombre o un grupo de hombres decidió seguir su ejemplo, caminar sobre las trazas de Clouthier. Y, como él mismo dijo que se necesitaba más PAN y menos Maquío, quienes siguieron su ejemplo son hoy decididos constructores de un partido fuerte, organizado, capaz de proponer soluciones, de edificar acuerdos y de exigir respeto. El surgimiento de nuevos militantes y nuevos dirigentes panistas es, en buena parte, efecto del ejemplo de Manuel Clouthier. Es cierto que ni él ni ellos tendrían cauce por el cual transitar sin la obra de quienes dieron vida, pensamiento y permanencia cincuentenaria al PAN en la vida política de México. Pero no lo es menos que el instrumento se fortaleció y se sigue fortaleciendo gracias a la sangre nueva. Y, si éste o cualquier otro partido político genuino crece, es la entera comunidad nacional la que sale beneficiada.

A un año de su muerte, ya se ven cambios que ni él mismo previó. Y es que, más que predecir el futuro, Manuel Clouthier del Rincón se dedicó a hacerlo posible y probable. Por eso su vida y su muerte fueron siembra incansable. Hombre visible, expuesto y responsable, cumplió. Por eso le estamos agradecidos. Por eso lo recordamos.

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