El Universal

También se dice lo mismo cuando muere algún amigo, para recordar cuán pequeña es la posibilidad de que sigamos existiendo si se toma en cuenta que hay miles de enfermedades que nos amenazan y que podemos perder la vida en uno de tantos y tantos accidentes fatales que ocurren en la sociedad moderna.
El hombre propone y Dios dispone. El domingo 1o. de octubre por la mañana, algunos reporteros de la prensa nacional me llamaron para conocer mi reacción por la muerte accidental de Manuel J. Clouthier. Sufrí lo de siempre en estos casos: estupor. No se acostumbra uno a entender que tan natural como nacer es morir. La muerte duele, desconcierta, angustia, lastima.
Por qué, pregunta alguno, le duele si fueron contendientes en la lucha por la presidencia en 1988. Pero más que eso, militaron siempre en bando políticos, ideológicos, económicos opuestos. ¿Le duele que muera un adversario?
Sí, respondo. Y mucho. Ni siquiera en la guerra de una nación contra otra sentiría placer por la muerte de un adversario. No me cabe en la mente. Yo diría que no me cabe en el corazón, ni me cabrá jamás, sentir satisfacción por la muerte de un ser humano.

Pero los adversarios políticos como Clouthier, como algunos de los militantes y dirigentes del PAN, no sólo los estimo sino que los considero indispensables en la lucha por la democracia en México. Sé que quienes luchamos porque ella rija entendemos lo necesario que es la existencia de luchadores políticos como Manuel, Maquío como le decían y le seguirán diciendo sus seguidores. Me duele su muerte, pero me consuela que él deja una legión de luchadores, de adversarios políticos nuestros, en el PAN. Sé que ellos levantarán las banderas que por todo el país, en múltiples y diversos foros, esgrimío Clouthier para defender su derecho a hacer realidad sus sueños.
Si la democracia es la lucha civilizada, ordenada, vital y apasionada por lograr gobernar una nación con las ideas y los programas que uno cree son mejores para la convivencia armónica y digna de sus habitantes, Clouthier se sumó a esa lucha democrática con pasión en los tres últimos años de su existencia.
No estuvimos de acuerdo con él en muchas cosas. Nuestros programas económicos fuero encontrados. Pero ambos consideramos necesario luchar por establecer el sufragio efectivo. Esa es una coincidencia que hay en los partidos donde ambos militamos, el PAN y el PRD.
En su lucha partidaria Clouthier no fue un combatiente que diera cuartel, y a veces pagaba la solidaridad con ataques virulentos. Pero así es la política. Así la entiendo yo. La pasión nos hace ser injustos a veces no sólo con los adversarios, son con los que combaten como compañeros en nuestra propias trincheras.
Alguna vez me desplacé de México a Ciudad Juárez y a Chihuahua sólo para pedirle a combatientes panistas encabezados por Luis H. Álvarez que no llevaran su huelga de hambre hasta la muerte. Les pedí que mejor lucharan hasta el último de sus días por la causa en que creían. Por fortuna levantaron su huelga y siguieron su lucha.
Clouthier murió trabajando por su causa, defendiendo sus banderas, una soleada mañana del mes de octubre. ¿Cual forma mejor de morir pudiera desear un gladiador que en el campo de batalla?
Duele sí, que no durara más combatiendo. Para mi fue grato polemizar con él antes, cuando militaba en el campo empresarial, y después, cuando luchamos como candidatos a la presidencia.
Con Clouthier coincidimos en el esfuerzo por lograr una reforma política y electoral que garantice la imparcialidad en los instrumentos que organicen, supervisen y califiquen las elecciones. Luis H. Álvarez mantiene una posición clara al respecto.
Confió en que, haciendo honor al compañero desaparecido –compañero mutuo en la lucha por la democracia– la dirección del PAN será consecuente y no admitirá que el PRI controle los organismos electorales.
Mis sentidas condolencias a la grande y hermosa familia de Manuel J. Clouthier. A los de su sangre y a los de sus ideas.
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